Fiesta patria
Si algún atrevido tocaba el timbre de casa en Halloween, mi mamá se asomaba a la ventana y le gritaba: Vení el 25 de mayo que te doy locro.
Si algún atrevido tocaba el timbre de casa en Halloween, mi mamá se asomaba a la ventana y le gritaba: Vení el 25 de mayo que te doy locro.
En las fechas patrias, mamá preparaba platos calóricos y, para la tarde, chocolate caliente. Nos recuerdo envueltos en lanas con la chimenea prendida —quizás realmente eran más fríos los inviernos hace treinta años—. Mi tío traía escarapelas y alfileres, y daba la vuelta a la mesa clavando la insignia en el lado izquierdo, sobre el corazón. No éramos tan argentinos el resto del año, tampoco sabíamos lo que celebrábamos, pero era tradición.
Para el acto de primaria, a las chicas nos dividían entre damas antiguas y vendedoras ambulantes. Las primeras debían usar peinetas y volados. Las segundas, pintarse las caras de negro con corcho quemado y llevar un canasto con pastelitos. Nos ubicaban frente a algún varón, despertando quizás la primera consciencia de atracción entre sexos, a hacer un baile tímido delante de un cartón pintado que hacía las veces de cabildo abierto. Los padres, si podían, salían del trabajo para ver nuestro triste, pobre baile. Me acuerdo de los alfileres de gancho sosteniendo las polleras, del vértigo de olvidar los pasos, del esfuerzo por no comer aún los pastelitos. Me acuerdo de buscar a mi papá con disimulo, divisarlo de traje en el fondo, quizás recibir un beso, una mano grande que desciende y me despeina.
Mi memoria, con los años, se ha vuelto generosa. Puede ser tan fuerte el deseo de que las cosas hubieran sido así que fuerzo los hechos. A los gestos aislados, los recuerdo como repeticiones, como cosas que sucedían todo el tiempo. Mis padres iban todos los domingos a hacer compras al Jumbo y, a la salida, se comían un frankfurter del puesto alemán del pasillo. Él me despertaba a la mañana diciendo: “Buongiorno, principessa. Il mattino è arrivato.” Ella me escondía un billete de diez pesos dentro de la media y me decía: “Te tiene que durar para almorzar tres días.”
Hablo en pretérito perfecto para fingir una rutina estable en una familia que, en realidad, se adaptaba a las derivas de sus miembros y al ruido de fondo. Las tapas de los diarios, los partes médicos, los viajes por trabajo, las filas en los bancos.
A medida que crezco, me reconozco capaz de instalar hábitos o creencias en las nuevas generaciones de mi familia. Así como mi mamá me hacía poner la mesa del desayuno después de cenar, como adulta a cargo yo también podré establecer reglas caprichosas. Al cumpleañero, llenarle la bañera con burbujas. De cada viaje, traer una piedra a la colección familiar. Al costado de la ruta, frenar a estirar las piernas y comer sánguiches de salame sobre el capot. Iniciar tradiciones, sostenerlas apenitas y contar con la memoria generosa de mis futuros hijos para que se llenen la boca hablando bien de mí durante mi entierro, fingiendo que ese gesto amable, esa conversación, ese verano, fueron la versión constante de una mujer maravillosa.
Queridxs amigxs,
La tradición, como casi todas las batallas, se gana por insistencia. Insiste con un bizcochuelo de vainilla y lo extrañarán el día que falte en la mesa. Los pactos que en la juventud parecían una cárcel, ahora se vuelven un resguardo. Me tranquiliza sentirme parte de algo firme, confiable, repetitivo. Me tranquiliza, en realidad, sentirme parte.
Ayer fui al mercado andino de Liniers a buscar porotos y maíz blanco para el locro de este domingo patrio. Sobre la calle José León Suárez, hay una tienda al lado de la otra con bolsones de cereales, legumbres y verduras del altiplano. En sillas de playa sobre el cordón, hay mujeres morenas con tuppers de chicharrón y panes amarillos. Traté de esconder mi extrañeza, de moverme como una local, pero me sentía más turista que en el barrio chino, quizás porque allá los precios están pensados para clientes como yo, mientras que en Liniers tuve que esconder el asombro ante el precio de la granola tropical que llevé por kilos. Tal vez esa incomodidad sea el modo en que las tradiciones empiezan.
Hermoso 🫂
Muy bueno 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?